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jueves 21 septiembre 2023
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La charla imborrable de dos místicos

Desde hace unos años, cuando Don Clemente Serna era un chico que se formaba en Silos para ser el que entonces sería el fraile más moderno del monasterio, el que hizo de la música y del silencio una charla mística, por allá iba quien sería entonces uno de sus amigos más próximos, el pintor Cristino de Vera.

Apasionado de ese sitio que combina artes con música, el artista canario, de noventa y uno años, premio Nacional de Artes Plásticas, como premio Canarias de Preciosas Artes, recuerda a este fraile por sus conversaciones, que era el resultado, en ocasiones sigiloso, del encuentro de dos místicos dedicados a hacer de la contemplación de las virtudes del pensamiento un solitario un modo de ser.

En su casa de la villa de Madrid, donde vive desde hace muchos años, De Vera habló con Prensa Ibérica sobre aquellos encuentros con el joven fraile, fallecido en la capital de España a los setenta y seis años. Él lo recuerda corriendo por Silos, y sobre todo de los encuentros que en diferentes temporadas favorecieron las exposiciones que Dom Clemente organizó en torno a lo que los dos consideraban “el silencio de Dios”, la mística que a los dos los llevaba a evocar, por servirnos de un ejemplo, a quien en el catolicismo más los representaba, el papa Juan XIII.

Para los dos amigos místicos, aquel pontífice que acogió a los laicos, fieles o no, asistió a meditar que la unión de las religiones era la que podía terminar con el odio y con la maldad, los dos orégenes de las guerras que ocasionaron matanzas en el mundo entero.

“Era un enorme personaje”, afirmaba el día de ayer Cristino de Vera. “Él nos llevaba a exponer a artistas que tuviésemos relación con la mística, fuera la que fuera nuestra relación con la religión”. El propio Cristino expuso cincuenta dibujos, que se quedaron allá, como una donación, en dos mil dos, y fue de nuevo expuesto en la colectiva que Don Clemente, ayudado por Carmen Román y por María José Salazar, curadoras de arte, organizaron en el campo místico tan cuidado por el fraile ahora llorado. Con Cristino estaban esta vez firmas como las de Miquel Barceló, Tàpies, Carmen Laffon, Manolo Millares, Martín Chirino, Eduardo Chillida Broto o Joan Miró.

“Hablábamos de la luz, de la luz de Dios, y del silencio, que es como la voz de Dios, eso afirmábamos. La luz, creía él, viene de la humildad. Esas religiones que contribuyen a que la luz sea una parte de los humanos son, por servirnos de un ejemplo, aparte de la suya, el taoísmo, el budismo, como el yoga, que cultivábamos como una parte de nuestra meditación… Le interesaba mucho todo cuanto tuviese que ver con la música, con la pintura, con la mística, y tras esas meditaciones se rezaba… Todos lo querían y le admiraban… Me enseñó mucho, enseñó mucho a los que procurábamos con él la paz interior, puesto que, afirmaba, sin paz interior no hay nada, y evidentemente jamás habría misticismo sino más bien vanidad. Cuando la vanidad es el centro se apaga la luz”.

“Lo recuerdo de cuando era un joven que jugaba por allá, sin saber aun que aquel monasterio sería un día como una criatura suya… Traducía códices, hizo de la música y del gregoriano el centro de las actividades de Silos, y entre todo cuanto hizo transformó el arte en una de las expresiones místicas que deseó reunir como esencia de la charla en la que transformó la vida del monasterio”.

Lo que más le sorprendió de su carácter, afirma Cristino de Vera, “fue la profundidad de su espíritu; comprendía las otras religiones, como hacía nuestro querido Juan XXIII… Todos hemos de ser, como lo fueron ese papa y Dom Clemente, buscadores web clementes. El silencio era una de las formas que tiene Dios de manifestarse, y la mística de los cuadros que procuraba el abad de Silos era lo que a él le daba la luz que procurábamos. ´El silencio es el dialecto de Dios`, afirmábamos, y asentía”.

Charlaban por teléfono, Cristino y su mujer, Aurora Ciriza, todas y cada una de las navidades, hasta el momento en que enfermó. “Era de carácter dulce, muy expansivo. Siempre y en todo momento fue un buscador tocado por ese silencio divino que procurábamos juntos para oír el eco de Dios”.

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