El periodismo catalán y de España están de luto desde esta tarde en la que ha fallecido Antonio Franco Estadella (Barna, diecisiete de enero de mil novecientos cuarenta y siete) tras diez años de convivencia con el cáncer. Los médicos del Clínic van a contar en futuros simposios el ejemplo del gigante que superó hasta 6 veces los tratamientos de quimioterapia, un jalón. Franco era un luchador en todas y cada una de las facetas posibles. Un ser incombustible que se entregó al oficio de cronista ya antes de ser veinteañero y que protagonizó una revolución en el periodismo de la Transición y el que vino después.
A él le debemos la irrupción en el mercado del primer diario moderno del último tramo del siglo veinte y del advenimiento del XXI, El Periódico de Catalunya, “un producto popular, de centro izquierda, catalanista y del Barça”, su tarjeta de visita, en el que ensayó y maduró cada uno de ellos de los pasos que alteraron conceptos y modos de ejercer el oficio. Las hemerotecas preservarán su huella en el ‘Diario de Barcelona’, ‘El País’ y El Periódico. Predecesor de las portadas en color, del ‘full color’, de un régimen laboral igualitario sin distinción entre reporteros, compaginadores, fotógrafos y dibujantes, impulsó asimismo la edición en catalán de El Periódico, otro evento (octubre de mil novecientos noventa y seis) en la defensa de este país y que todavía no ha recibido el reconocimiento que se merecía. Además de esto, fue el primer ‘comandante’ en zambullirnos en la busca del nuevo espacio en el que el día de hoy está embarcada la prensa escrita. Con aciertos y fallos. De muchos éxitos y algún descalabro.
Una vida entregado al periodismo
Con Franco se marcha un estilo inigualable, un modo de dirigir diarios personalísimo, igualmente inigualable. Se aconseja buscar la reciente entrevista publicada en la gaceta ‘L’Avenç’, un modo de despedida sin decirlo y en la que este ‘lleidatà’ de sentimiento y raíces especifica los episodios más esenciales de su biografía.
Franco está muerto involuntariamente redactar el libro donde contara tantas cosas de las que fue testigo y protagonista. “No sería sincero pues hay cosas que se van a quedar conmigo y no deseo mentir a la gente”, afirmaba toda vez que alguno de sus más íntimos le animaba a dejar un testamento, nada que ver con las vidas de beatos que le tocó devorar en la adolescencia (fue monaguillo) y que tanta huella le dejaron en el momento de ejercer el oficio. Nació para expedir, si bien le hubiese agradado ser articulista de deportes o bien acontencimientos. Pertenecía a la generación del relevo profesional tras la muerte del dictador. Llegó a directivo de periódico con treinta y uno años, uno de los más jóvenes de aquella España. Los franquistas del Generalísimo quedaron atrás y surgieron los franquistas del periodismo, todos veinteañeros acompañados del superviviente Josep Pernau.
Reconocía como sus grandes maestros a Santiago Nadal, Josep Pernau, Manuel Ibáñez Escofet y Josep Tarín Iglesias. Los cómplices en la enorme trayectoria, los (sus) hermanos Carlos y Emilio Pérez de Rozas, Xavier Batalla, Xavier Roig, Xavier Vidal Folch, Àlex Botines y tantos otros (de qué forma olvidar al sabio fumador obstinado Miguel Ángel Bastenier o bien al europeísta que más sabe de economía y finanzas Andreu Missé). Y siempre y en toda circunstancia con él, José Antonio Sorolla.
En la cartera, la fotografía de Antonio Asensio Pizarro, aquel muchacho del distrito de la Sagrada Família, hijo de un impresor, con el que de pequeños jugaban partidos de futbol en la calle y con el que se alió para fundar El Periódico ya hace cuarenta y tres años.
El Periódico con Franco tuvo 2 etapas. La de la fundación, de mil novecientos setenta y ocho a mil novecientos ochenta y dos, cuando ingresa en ‘El País’ de Polanco y Cebrián, y la más extensa, de mil novecientos ochenta y ocho hasta el dos mil seis. Bajo su dirección, el diario alcanzó la cima superando las cantidades de ‘La Vanguardia’. Un compañero de singladura lo define como “un valiente”, un renovador que edificó un modo moderno de tratar la información, de forjar equipos, referente para muchos diarios españoles y sudamericanos. Fue un adelantado al mismo tiempo de bonanza que le tocó al periodismo de España, cuando no se reparaba en gastos, fichajes, corresponsales, viajes y proyectos.
No es exagerado decir que a final de los años noventa prácticamente se muere de accidente laboral. Un infarto de miocardio le mandó a boxes. Retornó a la redacción meses después con ímpetu renovador. Había imaginado de qué forma había de ser el diario de los primeros años del siglo veintiuno. Y allá estuvo, en la muy, muy dura batalla.
En su trayectoria hay que rememorar el pulso que sostuvo con Jordi Pujol a lo largo del caso Banca Catalana, el fallo de ‘congelar’ a lo largo de semanas los papeles del ‘caso Filesa’ que tambaleó al Partido Socialista Obrero Español de Felipe González (en mil novecientos noventa y uno), el duelo con José María Aznar el once de marzo del dos mil cuatro, el de la enorme patraña sobre la autoría de ETA en la matanza de los trenes de la capital de España, el impulso a los JJOO de Barna-noventa y dos y liderar desde el diario el ‘No a la guerra’ de Irak (dos mil tres). Hubo considerablemente más, como aquel editorial sobre el tres por ciento de Convergència i Unió (dos mil cinco) que dio pie a la legendaria diatriba de Pasqual Maragall en el Parlament.
El lado salvaje, vándalo
Antonio Franco asimismo tenía un lado salvaje, al que siempre y en todo momento creyó tener bajo control. Cofundó en los años setenta las gacetas satíricas ‘Barrabás’ y ‘El Papus’, que el día de hoy no pasarían el algodón del #MeToo por gamberrísimas, irreverentes y sexistas.
El muchacho de distrito al que le agradaba jugar a la máquina de millón en el bar de abajo de casa, el apasionado del juego de las chapas de futbol, los bocadillos de berberechos, el que advertía de que tenía el corazón “siempre a la izquierda”, tuvo muchas pasiones. La prácticamente prioritaria, el FC Barna. Tras el pseudónimo Antonio Bigatà (en homenaje a su compañera Milene), escribió a lo largo de décadas sobre el Barcelona. Fue Ibáñez Escofet el que le aconsejó que escogiésemos otro sello, pues un cronista de la proyección que anunciaba aquel muy joven diplomado en la Escuela de Periodismo de la Iglesia en mil novecientos sesenta y ocho debía conservar el mejor patrimonio: la firma.
En los últimos tiempos, Franco-Bigatà se transformó en un especialista invencible del futbol internacional. Repartió amores y odios en los diferentes instantes del barcelonismo. Amó a Guardiola, a Cruyff. Asimismo a Messi, si bien en el adiós quedó tocado, jodido con el treinta del PSG. Se peleó mucho con Josep Lluís Núñez, fue demasiado dadivoso con Josep Maria Bartomeu. Era un furioso antimadridista que admiraba a Zidane.
Bigatà se ha ido sin desvelar por qué razón era llene incondicional del Elche. Un secreto de sumario, un amor por la camiseta blanca con franja verde, que le llevó a viajar cuando podía al estadio de Altabix, a merendarse derrotas y empates y ciertas victorias al lado de su inseparable Carlitos Pérez de Rozas. Y con Pepito Martínez Ibáñez. El campo del Elche, es de este modo como bautizamos a su despacho en la redacción, donde cabían broncas exorbitantes, reconciliaciones, despidos, readmisiones, abrazos, sonrisas y ciertas lágrimas. No había término medio, todo era desmedido, excesivo, si bien ese cuerpo de oso ocultaba a un tímido sentimental. No le agradaba que le señalasen como un misógino por las poquísimas mujeres de sus ‘stafs’ y se enfadaba al enterarse de que tenía reporteros que le tenían mucho temor.
Antonio Franco, el de la generación del mayo del mil novecientos sesenta y ocho, afrancesado de barba de ballenero, el que agitaba el diario ‘Libé’ como bandera, no hubiese sido él sin su mujer Milene, sin sus hijos Carlota y Andreu, sin sus escogidos como amigos, entre aquéllos que no debe olvidarse a Ildefonso Sánchez, cómplice y ángel de la guarda.
Escogió estar en el lado de la gente de a pie. No le agradaba el dinero ni los oropeles. Escapaba de los palacios y de las bodas reales, prefería los paSeos al lado del mar de su Barna y por los campos de Esterri d’Àneu (Pallars Sobirà). Gozaba comiendo, escuchando a Sylvie Vartan, a Peppino di Capri y los Beatles, y leyendo prensa regional francesa.
El directivo que creó este El Periódico de Catalunya pasó sus últimas semanas en un pueblecito cerca de Burdeos, en la desembocadura del Garona, donde veraneó siempre y en todo momento. Al volver tuvo ánimo para redactar su último artículo, una reflexión sobre de qué manera han alterado los tiempos del periodismo, de aquel papel que todavía envuelve bocadillos y resguarda suelos recién fregados y el del clickbait mareante.
Una persona a la que no vamos a olvidar.